Resiliencia y espiritualidad
La resiliencia es la capacidad de un individuo, grupo o comunidad para afrontar y superar las adversidades de la vida. Los escritos de la Iglesia Católica, aunque no consideran el término resiliencia, siempre han interpretado su espíritu y significado.
En la comunidad científica internacional, el término se ha generalizado recientemente. Pero como realidad humana, la resiliencia probablemente se originó con la propia humanidad. La resiliencia aparece notablemente en muchos escritos de la Iglesia católica que hablan de la esperanza, incluso en presencia del sufrimiento. Y que expresan una profunda confianza en las fuerzas positivas de que dispone el ser humano, incluida la fe.
“Les recuerdo la buena noticia que se nos dio en la mañana de la Resurrección. A saber, que en todas las situaciones oscuras y dolorosas de las que hablamos, hay una salida“. (Papa Francisco, Christus Vivit – Vive, Cristo– Exhortación apostólica postsinodal a los jóvenes y a todo el pueblo de Dios, nº 103, 2019)
“Se nos ha dado una esperanza, una esperanza fiable, en virtud de la cual podemos afrontar nuestro presente. El presente, aunque sea agotador, puede vivirse y aceptarse si conduce a una meta y si podemos estar seguros de esa meta. Si este objetivo es tan grande que justifica el esfuerzo del viaje“. (Papa Benedicto XVI, Spe Salvi – Salvados en la esperanza, 1, 2007). La resiliencia se entiende aquí, pues, como la fortaleza que nos permite continuar a pesar de las dificultades y los obstáculos “con la esperanza cierta de que Dios tiene el mundo en sus manos y que, a pesar de todas las tinieblas, vence… Él es la luz que siempre ilumina de nuevo un mundo oscuro y nos da el valor de vivir y actuar“. (Encíclica Deus Caritas Est – Dios es amor, 39, 2005)
Son afirmaciones que interpretan el significado más profundo del término resiliencia, incluso sin nombrarlo; en la medida en que reconocen el valor y la esperanza como recursos fundamentales para afrontar las dificultades que trae la vida.
El concepto de resiliencia, en relación con la espiritualidad
El término resiliencia viene del latín “re-salio”, que significa “rebotar” o “saltar hacia atrás”. Se utilizó por primera vez en física para definir la capacidad de un material de volver a su forma original tras ser deformado por fuertes presiones. En lenguaje psicológico, la resiliencia se refiere a la capacidad de una persona o un sistema social para desarrollarse y crecer, encontrando un nuevo equilibrio a pesar de los duros golpes de la vida.
Como han demostrado las investigaciones en el ámbito psicosocioeducativo, tras los acontecimientos traumáticos existe la posibilidad de una recuperación evolutiva y un desarrollo equilibrado y resiliente. Esto se debe a los factores de protección vinculados al individuo y al apoyo cultural, social y espiritual que encuentra en el entorno. Un ejemplo es Josephine Bakhita, ahora santa, que fue secuestrada a los 8 años por comerciantes árabes, torturada y vendida. Su valor, su fe y su caridad le permitieron dejar de sentirse esclava y convertirse en una hija libre de Dios (citado por Benedicto XVI en Spe Salvi).
Jesucristo nos reveló que, pase lo que pase, la vida es más fuerte que la muerte. Incluso las heridas pueden ser cosidas y regeneradas en una nueva vida. La esperanza es realmente una parte de la vida. No justifica ni glorifica el sufrimiento; pero puede ayudar a aliviar la desesperación ante heridas que, de otro modo, serían pura destrucción. La imagen del encuentro de Tomás con Jesús, después de su resurrección, es una poderosa demostración de ello. Todas las heridas de Cristo permanecen, pero se han convertido en una nueva e inesperada forma de llegar a él (Juan 20, 27).
Resiliencia y resurrección: una perspectiva cristiana
Tenemos muy presente el hilo de la esperanza, de la posibilidad de volver a la vida; que ciertamente alcanza su clímax en la Resurrección de Cristo, en la herencia bíblica judeo-cristiana. La Doctrina Social de la Iglesia se refiere a esto, así como en textos posteriores, cuando enseña con constante preocupación acerca de los graves problemas del mundo contemporáneo, que hay una chispa en el corazón de todo ser humano que le impulsa a actuar de acuerdo con su dignidad. Una chispa que no puede ser apagada completamente por fuerzas contrarias.
La posibilidad de que una vida herida por acontecimientos adversos pueda transformarse en una existencia nueva e inesperada es el núcleo del mensaje cristiano. También está en el centro de la dinámica de la resiliencia. Como confirma la investigación científica, las situaciones dolorosas no deben percibirse como un destino ineludible. Ante las pruebas de la vida, las personas son capaces de encontrar nuevos caminos; de mitigar las dimensiones traumáticas gracias al apoyo humano, cultural y social que encuentran. No deja de sorprender, por tanto, la increíble coherencia entre las deducciones teóricas y prácticas presentes en los estudios de resiliencia, por un lado, y los textos evangélicos, por otro.
Muchos documentos de la Iglesia – y hoy el Papa Francisco – nos invitan a no rendirnos e indican que la fuerza de la esperanza es la clave para superar los miedos, las inseguridades y las angustias de la humanidad. “No tengas miedo de la fragilidad. Al caminar, lo importante no es no caerse, sino no quedarse en el suelo. Levántate rápido, ahora, y sigue adelante“. (Papa Francisco, Jornada Mundial de la Juventud, Panamá, 2019). La resiliencia no significa sentarse y esperar a que pase el dolor, sino seguir avanzando, caminando en comunidad, confiando en la Providencia. En este sentido hablamos de recorridos de resiliencia, que no son lineales sino con altibajos; recuperaciones y recaídas vinculadas a la intensidad y duración del evento traumático vivido, a los recursos personales y ambientales de cada persona.
Los caminos hacia la resiliencia son esencialmente relacionales
De esto se ocupa precisamente la Doctrina Social de la Iglesia, consciente de que promover la resiliencia de quienes viven en situaciones indignas e injustas depende del cuidado y la cercanía de personas capaces de empatía y afecto.
Así, los caminos de la resiliencia son esencialmente relacionales, como lo es la vida humana: “La reciente pandemia nos ha permitido reunirnos y apreciar a muchos compañeros de viaje que, ante el miedo, respondieron dando su vida. Hemos visto que nuestras vidas están entrelazadas. Que nuestras vidas se sustentan en personas corrientes que escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia común. Médicos, enfermeras, farmacéuticos, trabajadores de supermercados, limpiadores, cuidadores, transportistas, hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas… Estas personas han comprendido que nadie se salva solo“. (Encíclica Fratelli tutti – Todos hermanos, 54, 2020).
De este modo, supieron interpretar el espíritu de Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio, 2013). “Pequeños, pero fuertes en el amor de Dios, como San Francisco de Asís, llamados a cuidar la fragilidad de las personas y del mundo en que vivimos“. (EG, 216)
Bibliografía
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