Unas palabras sobre la resiliencia en relación con el tema…
Verónica Hurtubia: Por supuesto. Me parece fascinante el desarrollo de la resiliencia en los últimos años, especialmente en el ámbito psicosocial y socioeducativo. Hemos pasado de una resiliencia estrechamente vinculada al trauma y a los aspectos del desarrollo personal a una resiliencia dinámica abierta a los factores ambientales y desvinculada del trauma. La resiliencia se presenta ahora como un método válido en diversas situaciones; y que puede utilizarse en la prevención, y ya no solo tras un trauma. Así pues, dado que el entorno de la persona que recibe el apoyo puede ser una fuente de factores de resiliencia o de no resiliencia, es necesario tener en cuenta los elementos sociales y culturales que rodean a la persona. Esto es especialmente cierto en el caso de los programas de intervención.
¿Qué quiere decir con programas de intervención?
V.H.: El programa de tutores de resiliencia del BICE, por ejemplo. Este último es un claro ejemplo de cómo se puede promover la resiliencia en contextos diversos y culturalmente sensibles. La formación en materia de resiliencia de los profesionales locales de la infancia no es uniforme. Por el contrario, el programa de Tutores de Resiliencia es vivo y flexible. Pero también es coherente con los tiempos que corren, ya que considera las diferencias culturales como un elemento enriquecedor del trabajo, no como un factor limitante. Sus contenidos y actividades se adaptan así a las necesidades de los beneficiarios y de los educadores, por supuesto, pero también al contexto cultural.
¿Qué aporta esto a la formación?
V.H.: Una mejor comprensión de la formación y un mayor impacto porque todo lo que se discute concierne a los profesionales presentes. Promover la resiliencia respetando las diferencias culturales es como cocinar. Imaginemos que preparamos un plato de pasta o una sopa. Aunque todos conocemos la receta (factores de riesgo y de protección), a la hora de prepararla, dosificamos los ingredientes de diferentes maneras (recursos); e incluso podemos añadir o eliminar algunos de ellos. La dosificación de los ingredientes es la clave para que un plato sea bueno o no para todos, según sus hábitos. Lo mismo ocurre con la resiliencia. Aunque conocemos los ingredientes generales, son las diferencias de cada contexto y cultura las que dictarán la cantidad de cada ingrediente y la adición de algunos otros.
¿Puede darnos un ejemplo concreto?
V.H.: El respeto a las diferencias culturales está a veces ligado a pequeñas acciones que marcan la diferencia. Por ejemplo, es importante adaptar los talleres de resiliencia con niños o adolescentes. Por ejemplo, el taller “Bajo la tormenta” se basa inicialmente en las metáforas de la lluvia como riesgo y el paraguas como protección. Pero estos elementos no tienen el mismo significado en todas partes, la lluvia se percibe como una bendición en algunos países. Por lo tanto, es preferible que cada educador elija los símbolos que mejor se correspondan con la realidad. Los adolescentes de la calle en Guatemala han representado el riesgo con una hoja de marihuana y la protección con tamales (comida); los niños y niñas sirios en el Líbano han dibujado los cohetes como riesgo y la escuela como protección; y los menores extranjeros no acompañados en Europa asocian el barco con la protección y el mar con el riesgo.
Por lo tanto, adapta sus intervenciones a cada curso…
V.H.: Ver las diferencias culturales como un elemento enriquecedor lleva a diseñar modelos flexibles que se adaptan y cambian constantemente. Por lo tanto, no quedan obsoletos y pueden aplicarse en situaciones de guerra, desastres naturales, pobreza y pandemias.